martes, 12 de octubre de 2010

TVE ya no es lo que era;en portada los tremendos abucheos pidiendo la dimisión de ZP (no como en la época Aznar-Urdaci).



El «Zapatero, dimisión» de todos los años pero en esta edición repetido y multiplicado en intensidad. Al principio, al final y entre medias; en cuanto el acto lo permitía. Respetuoso silencio en el Himno Nacional y en la oración por los caídos; murmullos de admiración ante la precisión del paracaidista que bajaba del cielo con la bandera y aterrizaba justo en el punto requerido; aplausos especiales para la Legión, los regulares y la Guardia Civil. Pero en el prólogo, a la llegada por el acceso trasero de la tribuna, al bajar de los asientos de las autoridades y cuando se intuía que se iba del todo, en el Paseo de la Castellana de Madrid sólo se oían estruendosos abucheos para el presidente del Gobierno: «¡Fuera, fuera!».
El destinatario de los gritos lo calificó ante el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, y la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, como «un rito» más del principal acto de la Fiesta Nacional, el desfile presidido por Su Majestad el Rey. Como si no tuviera mayor importancia. Luego siguió el desfile muy serio.
En la parada militar del 12 de octubre se suman los símbolos de los valores que chocan con la política, la doctrina o la pose del presidente del Gobierno, desde el pacifismo al anticlericalismo, más su particular visión de la unidad nacional. Y entre el público que acude al desfile a ver y homenajear a las Fuerzas Armadas ha ido a más el desahogo. El paro y la gestión de la crisis económica, los recortes en los presupuestos de Defensa, la ley de la carrera militar, el empeño de Zapatero en calificar de misión de paz la guerra en la que luchan y mueren los militares españoles (Afganistán), fueron los nuevos factores aportados por el presidente del Gobierno este año al ambiente del desfile. Fue la cuarta edición de acto con abucheos,
Primero, de la Vega
La bronca empezaba casi por intuición porque ya no se anuncia por megafonía la llegada del jefe del Ejecutivo, que se acerca a la tribuna discretamente. Al ver en las pantallas laterales cierto movimiento arrancaron los silbidos y los gritos, incluido el de «¡Zapatero, embustero!». Era la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, de malva riguroso, la que empezaba a saludar a los presentes al pie de la tribuna. Pero daba igual. Después se repitieron los abucheos y el mismo «¡Zapatero, embustero!» en cuanto el presidente del Gobierno fue visto a pie camino de los corrillos de autoridades.
El público que abarrotaba el Paseo de la Castellana, entre la plaza de Cuzco y la esquina de Raimundo Fernández Villaverde, distinguía. No faltaron los «vivas» a España y al Rey ni hubo ruido alguno en el momento más emotivo de la parada: cuando 38 familiares de militares muertos este año en acto de servicio salieron de la zona de autoridades para participar en el homenaje a los caídos mientras sonaba «la muerte no es el final». Don Juan Carlos los saludó después uno a uno.
La parada militar estuvo en consonancia con los tiempos de recesión, fue el desfile más corto y concentrado de los últimos tiempos, poco más de hora y media. Entre un 15 y un 20 por ciento menos de aeronaves y vehículos que el pasado año recorrieron la arteria central de Madrid. De cualquier forma, el Estado Mayor de la Defensa mantuvo el grueso de las fuerzas que suelen desfilar y cuidó el criterio de representación. Fueron un total de 4.200 militares, 209 vehículos de todo tipo y 58 aviones y helicópteros. Las Fuerzas Armadas se aplican el principio de la austeridad en tiempos de crisis.
Obras de Gallardón
Las obras que el Ayuntamiento acomete en la Plaza de Colón obligaron a desplazar la tribuna principal a la Plaza de Cuzco. Sin explanada enfrente y con los plátanos de la nueva ubicación pegados a las tribunas fue más difícil ver las evoluciones de cazas, aviones de trasporte y helicópteros de los tres Ejércitos, que esta vez sobrevolaron el cielo de Madrid al mismo tiempo que marchaban las unidades terrestres.
El día espléndido, sin una nube ni viento, facilitó además el desarrollo de una parada medida al milímetro y al minuto, desde el tiempo que tardó en bajar el paracaidista del Ejército del Aire que portaba la bandera nacional hasta el breve paréntesis necesario, casi al final, para que la bandera de la Legión correspondiente —Tercio «Gran Capitán»—, con sus escuadras de gastadores, banda y cabra incluida, pudieran desfilar a sus 160 pasos reglamentarios por minuto sin atropellar a nadie. Y luego venían los regulares, primero más deprisa y después a 90 pasos por minuto, como manda su tradición.
Los «F-18», los «Mirage F-1», los «F-5» y «Eurofigther» también pasaron en perfecta sincronía con las aeronaves de la Armada y del Ejército del Tierra. Los aviones de la Patrulla Águila dibujaron en rojo y amarillo el cielo madrileño.

Obama en el horizonte
La representación política estuvo en la media. Acudió el Gobierno casi en pleno —faltaron José Blanco, Miguel Sebastián y Francisco Caamaño— y destacaron las ausencias entre los presidentes de Comunidades autónomas. No estuvieron Montilla ni Camps y el lendakari López faltó igual que hacía Ibarretxe aunque mandó a su consejero Ares para quedar bien.
Zapatero dejó el Paseo de la Castellana entre cientos de personas que pedían su dimisión, pero contando las horas para ser recibido por Obama. Conjunción planetaria de progresismo después de una mañana de reprobación popular.
ABC.es

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